Romera Sotillo, Álvaro
Jiménez Jiménez, Carlos
I. INTRODUCCIÓN
“la principal intención de la Iglesia es alabar con júbilo a Dios, no solo con los órganos, y otros instrumentos, sino también con las campanas y voces bien sonantes”
Blas Ortiz, La catedral de Toledo, 1549, Toledo.
Con estas palabras subrayaba el doctor Blas Ortiz la importancia que tenían las campanas en el desarrollo de la liturgia del templo Primado, cuyos toques equiparaba en importancia al de los órganos y los cantos. Esta importancia no era exclusiva de la catedral toledana, sino un reflejo de la secular tradición que han tenido los “bronces sagrados” en el devenir de la Iglesia.
Las campanas no son instrumentos al uso, son instrumentos con alma. Ya desde la Edad Media eran conscientes de su importancia, por eso se las bendecía y se les daba un nombre, como a un miembro más de la comunidad. Su voz por tanto, en virtud de esta bendición es más que un mensaje, es oración. Es por ello que los pueblos y parroquias se han identificado estrechamente con sus campanas y las han hecho sonar en todo tipo de circunstancias, especialmente en momentos difíciles, en los que actúan casi como intercesoras.
Hasta hace pocos años era inconcebible una iglesia sin campanas, puesto que eran parte intrínseca de la liturgia. Actualmente la situación es bien diferente, apenas quedan campaneros (y cada vez menos), cuyo oficio heredaban de su antecesor, de quien aprendían cada uno de los toques. Las manos son progresivamente sustituidas por artificios mecánicos y la capacidad creativa del campanero por un ordenador que mueve los martillos con toques estandarizados.
Analizamos a continuación diferentes aspectos de las campanas en relación a su uso litúrgico: el origen de su uso, su solemne bendición, la responsabilidad de tocarlas y los diferentes toques litúrgicos.
II. ORIGEN DEL USO LITÚRGICO DE LAS CAMPANAS
El precedente litúrgico de las campanas lo encontramos en el shofar y las trompetas, tal como aparecen en los escritos del Antiguo Testamento, si bien, la campana como instrumento era conocida y ampliamente usada en la cuenca mediterránea, pero sin finalidad litúrgica. Las campanas existían siglos antes de la Encarnación de Nuestro Señor. El pueblo judío contaba con instrumentos cuya finalidad es similar a la de las campanas: a día de hoy, en determinadas festividades aún hacen sonar el shofar, y en diferentes pasajes del Antiguo Testamento la gloria de Dios se manifiesta a través del sonido de las trompetas, como cuando Moisés asciende al Sinaí (Ex 19, 17-19) o en la caída de las murallas de Jericó (Jos 6). Las trompetas también sirven como instrumento de llamada para convocar al pueblo, como las que mandó hacer Moisés en plata para convocar a las tribus de Israel durante su periplo por el desierto (Nm 10, 1-11). El uso y significado de las trompetas pasó a las campanas en el mundo cristiano. Estos instrumentos eran bien conocidos en el mundo romano con el nombre de tintinabula; eran de pequeño tamaño y con ellas se avisaba de la apertura y cierre de las termas. Se sabe que en Grecia también se habían usado para avisar de la venta de pescado.
En el primitivo cristianismo, durante la época de persecución, no existían las campanas para llamar a los fieles a los divinos oficios, siendo necesario hacerlo en secreto en lugar y fecha concretos. Una vez reconocido el cristianismo como la religión oficial del imperio, se vio la necesidad de convocar a los fieles de una manera pública. Tradicionalmente se ha reconocido a San Paulino de Nola (+431) como el primero en usar las campanas en la iglesia. De hecho, la palabra campana proviene de la región italiana de campania, donde se encuentra la ciudad de Nola, famosa desde la antigüedad por sus fundiciones de bronce. Sea como fuere, lo cierto es que a partir del siglo VII aparecen las primeras referencias a campanas en las iglesias como parte de la liturgia. No obstante, algunos especialistas retrotraen la fecha al siglo V. El nombre signum, fue la forma más antigua para designar a las campanas de iglesia, puesto que con ellas se daba señal para los oficios divinos. Con este nombre se conocía a las campanas entre los visigodos y los mozárabes; no obstante en el Pontifical Romano también se emplea el término campana. En las rúbricas del Liber Ordinum del ritual visigodo aparecen mencionadas repetidamente las signa, lo cual demuestra que estaban plenamente integradas en la liturgia.
Hasta el siglo XII, aproximadamente, las campanas debían ser de pequeño formato. A partir de este momento, gracias al perfeccionamiento de la técnica de fundición, empiezan a aparecer bronces de mayor tamaño, posibilitando una mayor riqueza y variedad de toques. Esta progresiva ampliación de los repertorios obligó a redactar reglas, o normas de toques, llamadas también consuetas, donde quedaban por escrito a través de someras descripciones las campanas y la forma en que se interpretaban los diferentes toques. Estas reglas son propias de templos con una compleja actividad cultual, especialmente catedrales y colegiatas. Son las “partituras” de los toques, que servían para establecer una norma y para guiar al campanero. Las más antiguas datan del siglo XIV. A medida que avanzan los siglos encontramos más reglas de toque, redactadas como un complejo manual con una descripción, en ocasiones, bastante minuciosa. Por lo general durante la Edad Moderna las reglas de toques aparecen como un capítulo más de los ceremoniales de las catedrales. Tomamos como referencia El Ceremonial de la Santa Iglesia de Toledo, redactado entre 1585 y 1590, conocido popularmente como el “Ceremonial de Rincón”, por ser el racionero Juan Rincón uno de los redactores del documento. En éste aparece el toque de campanas como un epígrafe más del extenso y complejo ritual de la sede toledana. En el primer capítulo dedicado a las campanas (Libro I, Capítulo 2. Del tañer de las campanas) se describen las diferentes formas de tañer a las horas canónicas, Misas y procesiones de cada día y según la clase de día, ferial, domingo o fiestas. El segundo capítulo (Capítulo tres: de cómo se dan clamores en los fallecimientos, novenarios, cabos de año y aniversarios) aborda la compleja jerarquización de toques fúnebres del templo primado.
Desconocemos si en la Catedral de Toledo existen normas posteriores a la del “ceremonial de Rincón”, pero por algunas referencias del erudito cronista toledano Sixto Ramón Parro, sabemos que los toques debieron mantener el esquema fijado en esta norma hasta mediados del XIX, momento en el que, por diversas causas, se inicia una progresiva simplificación en la técnica y en el repertorio.
III. OBJETOS SAGRADOS: LA BENDICIÓN SOLEMNE DE LAS CAMPANAS
La importancia de las campanas en la vida de la Iglesia se advierte en su bendición, acto que tradicionalmente ha sido revestido de tal importancia y solemnidad, que con frecuencia se le denomina consagración, y que es equiparable en importancia a la consagración de un templo y objetos litúrgicos principales como el cáliz y la patena. Las primeras noticias de bendiciones de campanas datan del siglo VIII, aunque Alcuino (+804), maestro de Carlomagno, señala que no es una costumbre nueva.
En el Liber Ordinum de la iglesia visigoda y mozárabe se recoge el rito de bendición de las campanas, así como el exorcismo que precede a la misma. Esta bendición, cuyo origen data algún autor en el siglo V, demuestra la importancia que se concedía a las campanas como un importante sacramental. La Solemne bendición hace una breve exposición de las trompetas que mandó realizar Moisés y las campanillas del traje sacerdotal de Aarón. Continúa impetrando las gracias divinas invocando la señal de la cruz como fortaleza del hombre contra los ataques del diablo y pidiendo a Dios que su sonido recuerde a los fieles el cumplimiento de los mandamientos divinos y sirva de consuelo y ánimo para los enfermos y los tristes. Con el correr de los siglos esta bendición fue solemnizándose, añadiéndose más elementos como la ablución, la unción del Santo Óleo de enfermos y el Santo Crisma, así como otras oraciones. La inclusión del Crisma confiere a la campana un carácter de consagración, de objeto apartado de todo uso profano y reservado en exclusividad para el culto divino, del mimo modo que el cáliz y la patena. Este carácter excepcional de las campanas hizo que se considerara causa de procesamiento ante la Inquisición a los menospreciadores de campanas.
Después del Concilio de Trento se fijó en el Pontifical Romano la bendición solemne de las campanas, sin la cual incluso el obispo podía prohibir que se tocaran. Esta bendición, de origen muy antiguo, tiene un carácter solemne y solo podía impartirla un obispo. La bendición debía realizarse antes de izar las campanas a las torres. Para ello se montaban sobre una estructura que las dejaba suspendidas, de modo que se pudieran circunvalar y acceder a su interior. El obispo se revestía con alba y capa pluvial, y portaba sus signos de autoridad pontifical, el báculo y la mitra simple. Después del rezo de diferentes salmos, se inicia el rito de bendición, que comienza con la bendición solemne del agua, en la cual el prelado echa la sal en forma de cruz. En esta primera oración se mencionan los efectos de la bendición sobre el bronce: ahuyentar a los espíritus malignos, alejar las tormentas y aumentar la devoción de los fieles. Con esta agua bendecida el obispo empezaba a lavar el bronce, tarea que continúan los ministros asistentes. Seguidamente el obispo puesto en pie frente a la campana trazaba con el Óleo de enfermos una cruz en la parte exterior mientras recita otra oración en la que hace mención de las trompetas de plata que mandó hacer Dios a Moisés para convocar al pueblo de Israel y continuaba diciendo:
“su sonido sirva a los fieles de estímulo para alcanzar el premio y de cuando su dulzura llegue a resonar en los oídos de los pueblos, crezca en ellos la devoción de la fe, se alejen las asechanzas de los enemigos, el estruendo de los granizos, la violencia de los torbellino, e ímpetus de las tempestades, se templen los truenos dañosos, moderen y hagan saludables los aires, se humillen a la diestra de tu virtud las aéreas potestades, para que teman, y huyan cuando oigan esta campana, en que está esculpida la señal de la Cruz de tu Hijo, a quien se humilla toda criatura y toda lengua confiesa después de muerto Rey en el Cielo con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amen”
A continuación el obispo limpiaba la cruz que había dibujado sobre la campana y entona la antífona Vox Domini, super aquas multas, Deus majestatis intonuit: Dominus super aquas multas (La voz del Señor se cierne sobre las aguas...) a la que prosigue la schola cantorum cantando el salmo 28. Seguidamente tenía lugar uno de los momentos más importantes de la bendición: el prelado realizaba siete cruces en el exterior del bronce con el Santo Óleo de enfermos y después con el Crisma otras cuatro en el interior. En estas cruces el obispo recita la siguiente oración: Santi+ficetur, et conse+cretur, Domine, signum istud. In nomine Pa+tris, et Fi+lii, et Spiritus + Sancti. In honorem (nombre que se le impone). Pax tibi.
Es en este momento en el que se consagraba la campana y se le imponía nombre, generalmente de un santo; de ahí que esta bendición en ocasiones también se le llame bautizo. Proseguía la celebración con otra solemne bendición en la que se vuelven a recordar sus cualidades. A continuación se inciensaba la campana, colocando un incensario o brasero debajo para que el humo envuelva a todo el bronce. En el incienso se ponía también mirra y otras resinas aromáticas (timiamas). Mientras el humo envolvía la campana la schola entonaba la antífona Deus in sacto via tua: Quis Deus magnus sicut Deus noster? y el salmo 76. Finalmente, el obispo puesto en pie recitaba la última oración, en la que volvía a pedir la protección de Dios repitiendo las bondades y beneficios de las campanas en los fieles. Concluía la bendición con la lectura del Evangelio de Lucas (10, 38-42) en la que se narra la visita de Jesús a Marta y María. El sentido simbólico de este pasaje es que la campana invita al fiel a escoger la mejor parte. Terminaba la bendición con un toque simbólico.
Esta solemne bendición consagraba las campanas de tal modo que no todo el mundo podía tañerlas, solamente clérigos. Era una de las atribuciones del ostiario, (clérigo que había recibido la primera de las órdenes menores) junto con abrir y cerrar las puertas del templo y cuidar las cosas sagradas. Sin embargo, esta atribución no siempre se ha cumplido, puesto que las campanas han sido tocadas en los últimos siglos por sacristanes o por campaneros. En algunos campanarios catedralicios se exigía que el campanero mayor fuera sacerdote, no tanto por esta consideración hacia los “sagrados bronces”, sino por el conocimiento del funcionamiento de la Liturgia. El Cardenal Lorenzana señalaba en el edicto publicado en 1782 (Edicto en que se prescribe el moderado uso del toque de campanas) que la consagración se había omitido, al no haber sido posible guardar el suficiente respeto hacia las campanas:
“Es muy antiguo en la Iglesia de Dios el uso de las campanas, y la consagración de ellas o su bendición está llena de misterios; pues en la unción con Santo Crisma se conoce quan particularmente se consagran para el culto divino, al modo que se ungen las manos de los Sacerdotes, los Cálices y la Patena, por cuya razón se mandó en un Concilio en Colonia y después por S. Carlos Borromeo, que sólo un clérigo vestido de sobrepelliz pudiese tocar las campanas; y acaso por no guardarla este respeto debido a su consagración, se ha omitido por el común el consagrarlo, y solo se usa de bendecirlas.”
Es probable que por esta, y otras razones, la Santa Sede aprobara entre finales del siglo XIX y principios del XX dos nuevos rituales de bendición:
El ritual de bendición aprobado en 1892 está destinado a campanas de uso profano. A diferencia de los anteriores, puede no hacerse, y no es constitutivo (constituyen al objeto que la recibe como reservado para uso sagrado), sino invocativo (implora el auxilio divino en favor de las personas o cosas, para bien del alma o del cuerpo), del mismo modo que se bendice un coche o un avión: no las convierte en objetos consagrados para el culto.
El ritual aprobado en 1902 se refiere a campanas de uso litúrgico, y por tanto constitutivo, viene a ser una simplificación del tradicional. Esta bendición podía impartirla cualquier sacerdote con el consentimiento directo del obispo. Es una bendición simple, sin abluciones, Óleos, Unciones con Crisma ni brasero con timiama y mirra.
Después del Concilio Vaticano II se realizó un nuevo ritual de bendición de campanas, en la línea simplificadora del aprobado en 1902.
Observamos en la breve exposición aquí escrita, que hay una evolución en la consideración de las campanas dentro de la liturgia católica. En los primeros siglos de la baja Edad Media la campana aparece como un objeto litúrgico de primer orden, bendecido con una solemne bendición que la consagra para el servicio religioso. A medida que pasan los siglos esa consideración va poco a poco disminuyendo, debido a la modernidad y la progresiva secularización de la sociedad. Esto lo vemos también en las inscripciones de las campanas. Hasta el siglo XVIII las campanas pedían la intercesión del santo con un ora pro nobis junto su nombre. A partir del XIX aparecen como una dedicación: “Dedicada a San José”.
IV. LOS CAMPANEROS
Ya hemos comentado que la consagración de los bronces implicaba que la persona responsable de tocarlos fuera también consagrada, siendo tradicionalmente el ostiario (clérigo que había recibido la primera de las órdenes menores) el encargado de tañerlas. Sin embargo, la realidad es que al menos durante los últimos siglos han sido los sacristanes o los campaneros, ambos seglares, los encargados de tocarlas. Las primeras noticias que tenemos sobre los primeros campaneros es que eran sacerdotes, así aparece en documentos del siglo VIII, no siendo originalmente una atribución de los ostiarios, los cuales solo tenían por responsabilidad abrir y cerrar los templos. Es en el siglo XI cuando se empieza a asignar a los ostiarios el tañido de las campanas. Las decretales de Gregorio IX (+1241) -lib. 1, tít. 27 (de officio custodis)-, ponen como oficio propio del custodio el tocar las campanas a las horas canónicas, bajo dependencia del Arcediano. El custodio guarda bastantes analogías con el sacrista, y este con el tesorero. En las Partidas de Alfonso X se dice que corresponde al tesorero o sacristan el cuidado de las cosas materiales de la iglesia y el tañer las campanas. En el Caeremoniale Episcoporum se trata del oficio del sacrista de catedrales y colegiatas. Corresponde a él la responsabilidad de tocar las campanas a Misas, Horas Canónicas, al elevar la Hostia Consagrada en la Misa Mayor, al Viático, así como al amanecer, al mediodía y al anochecer para dar la señal del Ángelus. Se especifica también que en cuanto se pueda el sacrista debía ser sacerdote, dejando la puerta abierta para que éste pudiera ser un seglar. ¿Cuándo dejaron de ser tocadas las campanas exclusivamente por sacerdotes o ministros con órdenes menores? Desconocemos cuándo ocurrió, pero debió ser una consecuencia lógica del aumento del tamaño de las campanas a partir de los siglos XII y XIII: en días de fiesta solemne algunos campanarios españoles necesitaban entre veinte y treinta campaneros. En el siglo XVI era ya una realidad que en prácticamente toda España y en Europa las campanas eran tocadas por seglares. Es por ello que tanto en el segundo Concilio de Colonia (1536) como San Carlos Borromeo obligaran a llevar sobrepelliz a los campaneros en señal de reverencia a los “sagrados bronces”. Ante esta situación en el siglo XVIII se omitió la consagración, como bien expone el Cardenal Lorenzana en su decreto sobre el Uso moderado de las campanas (1782) citado en el anterior capítulo. Por ser responsabilidad en principio de sacerdotes y después de clérigos inferiores viene la tradición de colocar los campanarios en cimborrios o en torres próximas al coro o al presbiterio. Un vestigio de esta práctica lo encontramos en las llamadas “campanas de señales” que cuelgan de estructuras sobre el transepto, sobre el tejado del coro, o incluso sobre el presbiterio o la sacristía, para avisar al campanero de dar inicio a la señal de coro o coordinar ciertos toques con la liturgia.
V. LOS TOQUES LITÚRGICOS
La Iglesia ha sabido a lo largo de su historia elevar las cosas materiales para servir a un fin sobrenatural, elevó las campanas como instrumento que sirviera para la santificación de las almas y gloria de Dios. El uso propio de las campanas benditas para el culto divino se condensa en la glosa recogida en el Extrav. Quia cunctos. (De off. Custodis, lib. I, tít. 5):
“Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum, defunctos ploro, nimbum fugo, festaque honoro” (Alabo al Dios verdadero, llamo al pueblo, reúno al clero, lloro a los difuntos, ahuyento a las nubes tempestuosas, doy lustre a las fiestas).
Por lo tanto, no deberían tocarse sino para usos estrictamente religiosos. La Iglesia nunca ha permitido que sean tocadas para usos contrarios a los sagrados, como entierros de herejes o infieles, victorias de los enemigos de la Iglesia, causas a las que se siga derramamiento de sangre, ni para convocar a una ejecución o acción de guerra. Sin embargo, para usos caritativos sí que lo ha permitido, como es el caso de los toques de incendio o calamidades, de orientar a perdidos, sacar el ganado, señalar el final e inicio de la jornada de trabajo, la entrada de los niños a la escuela etc.
Como podemos ver en esta glosa latina, las virtudes de las campanas son diversas, y dependiendo de cada una de sus funciones tocan de una manera o de otra. De este modo se fue creando un código lingüístico identificable por la comunidad. Podríamos sumar otras funciones que no aparecen reflejadas en este verso, como son las campanas horarias y los carillones, artificio tradicionalmente denominado en España como “órgano de campanas”, pues es un teclado que activa los martillos de diferentes campanas completamente afinadas y que permiten al carillonista interpretar una melodía. Tanto las campanas horarias como los carillones son el reflejo de una cosmovisión diferente a la cristiana. Los relojes marcan una división matemática y exacta del tiempo, mientras que los carillones son unos instrumentos inventados en los Países Bajos en el siglo XVI para ser tocados durante las horas que están abiertos los mercados de las plazas. Los toques “litúrgicos” (en un sentido muy amplio, englobando los que también son de uso profano) parten de un concepto cronológico cristiano: Dios es Cronócrator, Señor del tiempo con un significado y una función: “un tiempo para nacer, tiempo para morir; un tiempo para plantar, un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, un tiempo para sanar...” (Eclesiastés 3, 1-8), por eso los toques litúrgicos están organizados de forma jerárquica, en función de la importancia de las celebraciones y del ciclo natural, en el que la liturgia se engarza a la perfección.
A. Laudo Deum verum: toques de oración y alabanza a Dios
Es la alabanza a Dios el fin principal de las campanas consagradas al culto Divino. Al ser un objeto consagrado para tal fin, su sonido se reviste de cierta sobrenaturalidad, convirtiéndose así en un potente y recurrente sacramental. La potencia de su sonido y las virtudes que le confieren su solemne bendición, la convierten en el instrumento más adecuado para la alabanza a Dios. De ahí que se emplearan tradicionalmente en los momentos de mayor alabanza, como los “Te Deum”, en la Elevación, en la exposición del Santísimo, en la bendición con el Santísimo, en las procesiones.
A) El Ángelus
El toque del Ángelus es quizás uno de los más asociados a las campanas, puesto que son ellas las que marcan el momento en el cual debe rezarse esta oración. Aunque actualmente el Ángelus haya quedado reducido a la oración que marca el mediodía (solar), era costumbre rezarlo también al amanecer y al anochecer. Éste último, al menos en el arzobispado de Toledo, era llamado el toque de oración o de oraciones, y marcaba el final de la jornada, y el momento en que debían recogerse todos en sus casas. El de la mañana recibía varias denominaciones, siendo generalmente conocido como toque del alba.
Fue el Ángelus de anochecer el primero en aparecer. Según la leyenda fue instituido por Urbano II (1088-1099) tras el éxito de la primera cruzada. San Buenaventura en 1269 mandó a los franciscanos que exhortasen a los fieles a rezar la Salutación angélica a los tres golpes de campana, uno por cada Ave María. San Buenaventura defendía que a la caída del sol tuvo lugar la Anunciación. Uno de los mayores propagadores de esta oración vespertina fue el Papa Juan XXII, que en 1318 la enriqueció con Indulgencias.
El toque del amanecer debió aparecer poco después. En diferentes Concilios y Sínodos europeos del siglo XIV se menciona este toque, pero rezado en recuerdo de la Pasión del Señor. Finalmente, en el Concilio de Colonia (1423) se describe por vez primera el toque del mediodía, pero sólo para los viernes y en memoria de la Pasión. El Papa Calixto III la enriqueció con Indulgencias en 1456. En el año 1500 Alejandro VI renueva el decreto de Calixto III.
El Papa León X (1513-1521) concedió mil quinientos días de indulgencias cada vez que al toque de campana de amanecer, mediodía y atardecer se rezasen de rodillas las tres Avemaría. Desde este momento las tres devociones se funden en una. La oración del Ángelus, tal como se conoce actualmente, ya aparece fijada en un devocionario de 1573. Han sido varios los Pontífices que han fomentado a través de numerosas indulgencias el rezo del Ángelus.
El toque del Ángelus se organiza en base a la oración. Por lo general se toca la campana grande dando uno o tres toques por cada una de las Ave Marías. A veces se hace un aviso previo con otra campana de la torre. En el antiguo arzobispado de Toledo este toque presenta la peculiaridad de contar con una segunda parte (que viene a corresponderse con la oración final) que puede ser repicada o con una campana pequeña a vuelo. La constitución sinodal del Cardenal Sandoval y Rojas en 1601 ordenaba que se tañese de una forma concreta:
“Cosa justa es que en todas las yglesias se taña de un mesmo modo al Ave María, y que donde ay más de una yglesia, se taña en todas a un mismo tiempo. Por ende ordenamos y mandamos que de aquí adelante, en cada una de las yglesias de este nuestro Arzobispado, los sacristanes o campaneros de ellas, cada día al anochecer tañan al Ave María, dando nueve golpes en una campana grande de tres en tres: y acabados los dicho nueve golpes, tañan una campana abuelo: y en los sábados y vísperas de fiestas, repiquen las campanas, conforme a la festividad del día siguiente. Lo cual cumplan, so pena de dos reales a cada uno de los que lo contrario hizieren, por cada vez, aplicados a la fábrica de las dichas yglesias y fiscal, por mitad."
Sobre los toques el Ave María del mediodía dice que han de tocarse tres golpes con una campana grande dejando un intervalo entre uno y otro.
En aquellos pueblos en los que se ha conservado el toque manual el esquema viene ser el descrito en la constitución sinodal, aunque por lo general la segunda parte es repicada y no con campana a vuelo.
B) Toque de Alzar
En el siglo XII empiezan a aparecer los primeros datos del toque de campanas al alzar la Hostia y el Cáliz durante la Misa. En el siglo XVI debía ser una práctica ya extendida por la cristiandad, pues Gregorio XIII (+1585) concedió indulgencias a aquellos que al oír el toque rezasen de rodillas dondequiera que estuvieran. Suele presentar una forma genérica: tres campanadas espaciadas al elevar la Hostia y otras tantas al elevar el Cáliz, aunque puede haber variaciones locales. Estos toques son simultáneos a los de la campanilla de mano tocada por un acólito, cuyo origen parece coincidir en el tiempo con el de las campanas de torre. En ocasiones muy solemnes la campanilla de mano puede ser sustituida en España por las llamadas “ruedas de campanas”. Estas ruedas también se tocan a la salida de alguna Misa Solemne, en algunas procesiones, en el Gloria de la Vigilia Pascual, al Exponer y Reservar.
C) Convocatoria al Viático
Aunque la circunstancia en la que se lleva el Viático es fúnebre, pues es la comunión de una persona agonizante, la salida del Santísimo del templo constituye un motivo de alabanza.
En el Viático, como en otras ocasiones en las que sale el Santísimo a la calle, su presencia es avisada con una campanilla. Los primeros datos que se tienen acerca de esta campanilla datan del siglo XIII. Tanto en el Ceremoniale Episcoporum (Lib. 1, c.6, n.3) como el Ritual Romano (Tit. VI, c.4, De Communione infirmorum, n. 7), las rúbricas establecen se han de tocar las campanas para avisar que se va a llevar el Viático, de forma que sea convocada la parroquia y asistan al traslado los parroquianos y la cofradía del Santo Sacramento con velas. Este piadoso acompañamiento fue enriquecido con indulgencias por el Papa Inocencio XII en 1693.
En algunas ocasiones el Viático era llevado con gran pompa y solemnidad. En estos casos se prescribió que debían tocarse las campanas de las iglesias e incluso de los conventos al pasar delante de sus puertas.
D) El Triduo de Semana Santa
El Triduo de Semana Santa es un tiempo en el que las campanas tienen especial protagonismo. Es costumbre hacer tocar las campanas durante el Gloria del Jueves Santo y la Vigilia del Sábado Santo. Entre ambos toques las campanas quedan completamente mudas, siendo sustituidas por las “carracas” y las “matracas”, cuyo áspero sonido hacen las veces de campanas (incluso sustituyendo a la campanilla que señala la Elevación del Jueves).
Los primeros datos acerca del toque de campanas en los Gloria en Jueves Santo y Sábado Santo son medievales, pero por ellos se deduce que debe ser una tradición antigua. La explicación simbólica que justifica este silencio es que las campanas, al representar de forma mística los predicadores evangélicos, y al estar durante este triduo escondidos y callados los Apóstoles por miedo a ser acusados, Cristo, solo y abandonado dio testimonio de la Verdad desde el madero de la cruz, con voz solitaria y casi apagada. Por eso callan las campanas y sólo se oyen los maderos.
En el toque del Gloria tenían preferencia las catedrales o la iglesia matriz de la ciudad, no pudiendo tocar ninguna parroquia hasta que éstas tocasen.
A propósito de los toques de Gloria, hay que mencionar que en algunas localidades es también tradicional tocarlo en la Misa del Gallo. Del mismo modo que se solemniza el Sábado Santo la Resurrección del Señor, se subraya en esta celebración su nacimiento en Belén.
E) Toque de los Viernes
El toque de los viernes a las tres de la tarde (hora nona), en memoria de la muerte del Señor, fue instituido por Benedicto XIV en 1740. Es un toque relativamente moderno y que no ha arraigado como otros en la devoción popular. La oración que convoca este toque consiste en rezar de rodillas cinco Padrenuestro y un Avemaría. León XIII lo enriqueció en 1886 con indulgencias.
B. Plebem voco: toques de llamada y convocatoria
La convocatoria de las campanas al pueblo es una de sus finalidades más elementales, pues su toque aúna las voluntades y corazones en un solo cuerpo. La finalidad principal es la de convocar para una celebración religiosa, especialmente para las Misas y otras funciones, como Rosario, Novenas, así como toques de oración. Por otro lado, la iglesia presta el uso de las campanas para fines prácticos de convocatoria, siempre y cuando no vayan contra la Iglesia. Toques como el de arrebato o quema para avisar de un incendio; sacar el ganado, entrada de los niños a la escuela, pagar la contribución …
C. Congrego clerum: Las Horas Canónicas
Muy acertadamente el autor del verso sobre las virtudes de la campana separó la convocatoria del clero de la de los fieles, puesto que para los consagrados es obligatorio el rezo de las Horas Canónicas. Parece ser que éste fue el primitivo fin de las primeras campanas de iglesia, convocar al rezo de las Horas. En un principio imaginamos que se debía hacer con una campana; poco a poco fueron apareciendo más, de forma que se empezaron a jerarquizar los toques según las horas y según la clase del día: ferial, domingo o diferentes tipos de festividades. Es por ello que en muchos templos, especialmente en catedrales, las campanas conservan el nombre de su función: hay campanas llamadas feriales, dominicales, clásicas (para fiestas de primera y segunda clase). En Castilla suele haber siempre un aguijón, que es la campana encargada de llamar a coro a los canónigos.
D. Defunctos ploro: Toques fúnebres
En el Liber Ordinum de la liturgia visigoda y mozárabe aparece reflejado el toque de campanas durante el traslado de los restos mortales de un fiel. Por tanto, el uso de campanas en las celebraciones funerarias debió ser uno de los más antiguos, junto con la llamada al rezo de las Horas Canónicas. En siglos posteriores abundan los datos sobre toques funerarios. Con el discurrir de los siglos se tendió a legislar, ya que se tocaban atendiendo a la jerarquización social, cometiéndose bastantes abusos. En ocurrencia de un toque fúnebre en jornada solemne, ésta última prevalece, suprimiéndose en ella los toques fúnebres. La excepción es la Solemnidad de Todos los Santos. No se pueden tocar tampoco durante el triduo de Semana Santa.
A) Agonía
El Ritual Romano (Tit. V, cap. 8, In inspiratione, n.2) decía que cuando hubiera un agonizante se tocase una señal con la campana, para que los fieles rogasen con sus oraciones por él. Este toque no siempre se da, y si existe, es comúnmente conocido con el nombre de toque de agonía.
B) Muerte de un fiel
Al final del antedicho capítulo del Ritual Romano (n.4) se prescribía que una vez hubiera expirado el agonizante, se diera por medio de la campana, y en la forma acostumbrada al lugar, la señal de haber muerto, a fin de que los que la oyese rogaran a Dios por el alma del finado. En el antiguo arzobispado de Toledo existe una forma muy concreta de interpretar este toque, que recibía el nombre genérico de “las campanadas”, o “las campanadas de muerto”; también era conocido por el nombre de clamor, agonía o tránsito. Consiste en una secuencia de campanadas pausadas con la campana grande de la torre y su número indica si era hombre o mujer. La peculiaridad de esta secuencia es que alude a la costilla de Adán, siendo frecuente su número en torno a unas 12 campanadas, diferenciando con una más o menos el sexo del finado. No obstante, existen pueblos en los que la secuencia se prolonga hasta la treintena, generalmente para el hombre. La relación con este pasaje bíblico presenta una profunda base teológica, puesto que por la desobediencia de nuestros primeros padres la humanidad fue herida con el pecado original y con la inevitable muerte. Otra peculiaridad, que tiene resonancias teológicas, es que nunca se debe tocar de noche; si el fallecimiento tiene lugar de noche, se espera al amanecer.
C) Entierro
La Sagrada Congregación de Obispos y Regulares declaró el 21 de Agosto de 1697 que debía guardarse la costumbre de tocar algunos toques de campana, tanto al anochecer de la víspera, como por la mañana del día en que ha de decirse el oficio de difuntos. Esta costumbre también se tiene en cuenta para el día del entierro. El Ritual Romano (Tit. VI, cap. 3 Exequiarum ordo, n. 1) prescribía que cuando el cadáver se trasladase a la Iglesia, se tocaran las campanas de modo y forma acostumbrada en la localidad, para convocar a los asistentes al funeral o al entierro. Este toque recibe diferentes denominaciones, siendo el de doble o clamor el más habitual en el antiguo Arzobispado de Toledo. Este toque también se usa en los funerales y en los aniversarios.
D) Muerte de Niño
Los niños que fallecían con menos de siete años han tenido tradicionalmente un tratamiento especial. El Ritual Romano advertía que en estos casos no se tocasen las campanas, y si se hacía, no fuera en tono fúnebre sino festivo y la Misa celebrada por ellos se hiciese con vestiduras blancas y no negras. La explicación es bien sencilla: los niños menores de siete años mueren sin conciencia de pecado, por tanto van directos al cielo sin pasar por el purgatorio. De ahí que este toque sea un repique más bien alegre, interpretando generalmente con las campanas pequeñas de la torre. Existe una coplilla que, con múltiples variantes locales, servía para marcar el ritmo. Ésta viene a decir: “din dan, al cielo van”. Este toque recibe diversas denominaciones: toque de Gloria, de Párvulos, Parvulillos etc.
E) El toque de Ánimas
Este toque de oración por las Ánimas nace en el siglo XVI, poco después de que se fijara la forma definitiva de las tres oraciones del Ángelus. Es interpretado una hora después de las Avemarías del atardecer. Parece que fue promovido por el Papa Gregorio XIII (1572-1585), el cual concedió indulgencia a todos los fieles que al oír el toque rezasen por los difuntos. Posee este toque otras indulgencias concedidas por varios Papas.
E. Nimbum fugo: los controvertidos toques contra las tormentas.
En virtud de la solemne bendición que reciben las campanas adquieren una serie de cualidades. Una de ellas es la de alejar a los espíritus malignos. En principio se debían usar contra asechanzas de muchos tipos, como calamidades, pestes y peligros detrás de las cuales se entendía la mano del maligno. Esta práctica, que hoy nos resulta llamativa, debía ser muy frecuente durante la Edad Media, pero fue progresivamente perdiendo fuerza con el paso del tiempo, hasta prácticamente desaparecer. Debemos recordar que una de las campanas de la Catedral Primada, la dedicada a la Ascención, es también conocida con el apelativo de sermonera o espanta diablos.
Se sabe que con las campanas se exorcizaba, se tocaba contra las pestes y las brujas, pero la práctica más frecuente de lucha contra el maligno era el toque contra las tormentas. Este tipo de toques todavía se tocaban en España a mediados del siglo XX, llamados generalmente “a nublo”. En Castilla consistía en un repique con las campanas grandes, que a modo de onomatopeya, venía a decir: tente nublo, tente tú, que Dios puede más que tú, si eres piedra vete allá si eres agua vente acá. Tente nublo redoblado que Dios puede más que el diablo … Existen numerosas versiones de esta coplilla, pero la finalidad era la misma. Se solía tocar a diario desde la cruz de mayo a la de septiembre (del 3 de mayo al 14 de septiembre),como medida preventiva, para evitar que una mala tormenta acabase con la cosecha del año. Cuando aparecían nubes tormentosas en los meses de estío los campaneros subían a la torre para tocar, mientras que en la iglesia se congregaban los vecinos para rezar. La efectividad de este toque fue atribuida a partir del siglo XVI al efecto físico de los bronces, del mismo modo que los cañones al disparar al aire disipan las nubes. En el siglo XVIII los ilustrados atacaron fuertemente a la Iglesia por mantener esta práctica, la cual consideraban supersticiosa y peligrosa para el campanero, que podía ser alcanzado por un rayo.
En el Ritual Romano (Cap.8, tít. 9) se prescribía el toque de campanas cuando hubiera tempestades, a fin de que rogasen los fieles y los sacerdotes a Dios con las rezos convenidos por el final de este peligro. La defensa de este toque por parte de la Iglesia es que su efectividad se debe no al efecto físico del sonido sino al de las oraciones de la Iglesia, a las que se suman las de los fieles. Las oraciones de la Iglesia no son solo las que el sacerdote reza en nombre de ella que están fijadas convenientemente en el ritual, sino también las que se pronunciaron al bendecir la campana.
F. Festaque decoro: La fiesta y su gradación
El toque de campanas es una de las formas más sublimes que la Iglesia ha instaurado para dar gloria a su Creador. Es por ello que las campanas suenan con especial acento en las principales celebraciones del calendario litúrgico. La tradición de la Iglesia sabiamente ha ido ordenando y jerarquizando la importancia de cada una de las festividades, de modo que las campanas subrayan esta jerarquización. La forma de tocar es variada, la Iglesia nunca ha impuesto un patrón de toques, porque ha considerado que es una cuestión organizativa meramente local que de forma orgánica debe adaptarse a las necesidades. Esto es un fenómeno estudiado y comprobado: las parroquias de una misma diócesis suelen tener el mismo patrón. Para hablar de la jerarquización debemos hacer una primera división según el tipo de templo donde se realicen: por un lado aquellos donde se reza la Liturgia de las Horas (catedrales, colegiatas, algunas parroquias con cabildo parroquial, conventos y monasterios) y por otro lado las parroquias. Hay que resaltar la importancia del culto catedralicio, pues es el templo que cuenta normalmente con más medios para un culto elaborado y esplendoroso, y por tanto, el que suele tener mayor número de campanas, de mejor calidad y toques más complejos. Las torres catedralicias son el espejo donde se miran sus parroquias, de ahí que las parroquias de una misma diócesis compartan un mismo patrón.
En las catedrales el esquema frecuente para señalar las Horas es diferenciar las menores de las mayores mediante los toques. Tomando como referencia las indicaciones del “Ceremonial de Rincón de Toledo” (1590): a Prima, Nona y Completas (si se rezaban) se tocaba el esquilón de Coro, el cual originalmente estaba colocado en la terraza superior del ochavo de la torre y actualmente se encuentra en el interior. La Tercia, aunque es considerada menor se tocaba como mayor porque seguidamente se celebraba la Misa Mayor. En Vísperas (primeras y segundas) y Maitines si los había, los toques eran más complejos y variaban según la clase. Rincón enumera varios tipos de “claustros” (que es como se laman este tipo de toques), que en número de tres precedían al vuelo del esquilón:
- Fiestas de dos capas (ferias y dominicas): una campana en los tres “claustros”.
- Fiestas de cuatro capas: dos campanas en el primero y tercer “claustros” y una en el segundo.
- Fiestas de seis capas sin procesión: tres campanas en el primero y tercer”claustros” y dos en el segundo.
- Fiestas de seis capas con procesión: todas las campanas en los tres “claustros”.
Esta división de toques, con algunas variaciones, es la que se ha mantenido en la Primada hasta mediados del siglo XIX.
En las parroquias no se llegaba a este nivel de complejidad. Por lo general para la Misa (Mayor) diaria se hacía un toque sencillo, a veces repicado. Los domingos y fiestas “menores” se repicaban las campanas (en las fiestas de forma más elaborada que en los domingos) y en contadas solemnidades (generalmente día del patrón, titular del templo, Domingo de Resurrección y Corpus Christi) se volteaban las campanas. A veces se tocaban también para otro tipo de celebraciones, como son las bodas y bautizos. Los toques de campanas de las parroquias se orientan a la “cura de almas” y la práctica sacramental de los fieles, mientras que las catedrales y las colegiatas dirigen su culto a la alabanza a Dios a través del rezo de las Horas y la liturgia.
VI. LAS CAMPANAS EN LA ARCHIDIOCESIS TOLEDANA
La morfología de las campanas, esto es, su aspecto externo, varía según la provincia eclesiástica en que nos encontremos. Esta morfología viene determinada en su mayor parte por la forma que presente el yugo que sujeta la campana.
Esta morfología del yugo determina también de forma decisiva el tipo de toque que se puede realizar con la campana (repique, medio vuelo o volteo) y el sonido que genera la misma (especialmente en los volteos y medios vuelos).
El yugo no es ni más ni menos que el contrapeso que tienen las campanas para poder ser osciladas.
Se piensa que este tipo de toque (el paso del repique con cuerda al volteo u oscilación) surgió a finales de la Edad Media en el sur peninsular (archidiócesis sevillana) extendiéndose después al levante y centro peninsular. En el sur y el levante este tipo de toque se adquirió en la forma de volteo de la campana, lo que genera un ritmo ternario (2 golpes y un silencio) en cada vuelta completa. Por su parte en el centro peninsular, especialmente en la provincia eclesiástica de Toledo (la actual Castilla-La Mancha, Madrid y sur de Castilla y León) el toque de campana en movimiento evolucionó a dos variantes: el volteo como en el sur y levante y el medio vuelo. Si el volteo genera un ritmo ternario (dos golpes y silencio) el medio vuelo genera un ritmo binario de dos golpes consecutivos rítmicos.
Para poner en práctica estos toques surgió el denominado yugo “toledano” que a continuación pasamos a describir.
A. El yugo toledano
Se denomina yugo toledano a una morfología de yugo propia del centro peninsular surgida en la archidiócesis de Toledo.
De forma general un yugo se compone de las siguientes partes (Imagen 1):
- Eje: Los ejes son dos piezas de hierro insertas en acanaladuras realizadas en la parte inferior de cada lado del brazo, de forma que no entren en contacto con el bronce e impidan la transmisión de la vibración al muro. Sujetan la campana a la torre y suelen asentarse sobre unos cojinetes que tradicionalmente eran de madera, estando estos empotrados en la pared de la torre.
- Brazo: El brazo es la pieza de madera donde se sitúa el eje de giro. Esta pieza es la principal de todo el conjunto, pues lleva fijada en él los ejes.
- Cabeza: es la parte superior del yugo y sirve en buena medida de contrapeso. Su tamaño y forma son muy variables.
Adicionalmente los yugos pueden poseer una palanca inserta en el brazo para oscilar o voltear la campana. En el caso de Toledo, todos los yugos originales poseen esta palanca que permitía a los campaneros manejar las campanas durante los toques.
El tipo de yugo determina el contrapeso que posee la campana. En el caso de los yugos toledanos se trata de yugos relativamente pequeños para el tamaño de la campana, que contrapesan poco por sí mismos y se sirven de parte de la campana para que ella misma sirva de contrapeso. Para conseguir que parte de la campana contrapese el yugo se desarrollaron ejes acodados, en forma de “L”, que son típicos de la diócesis toledana (Imagen 1).
Además de presentar los ejes acodados, el yugo toledano tiene rebajado el brazo, de forma que la campana queda embutida dentro de esta pieza del yugo, lo que otorga mayor robustez al conjunto.
La cabeza suele ser en general estrecha y estilizada, otorgando esbeltez al conjunto, y más que para contrapesar sirve para manejar la campana en los volteos junto con la palanca.
Los abarcones que sujetan la campana suelen estar fijados mediante tornillos a una pieza de madera más pequeña dispuesta transversalmente a la cabeza en la parte superior.
Así mismo, estos yugos suelen tener refuerzos metálicos semicirculares en el brazo para prevenir que la madera del yugo se raje por el peso de la campana o por secarse demasiado la madera.
Este tipo de yugo permite un control muy preciso de la pieza durante los volteos, permitiendo tocarla a volteo completo y dejando la campana invertida boca arriba sin mucho esfuerzo.
Así mismo permite reducir las dimensiones del vano del campanario para instalar la campana, al estar situado la linea de giro dentro del perfil de la propia campana (Imagen 2).
Esta línea de giro no representa el punto exacto en que queda el 50% del peso por encima de ella y el 50% por debajo: de ser así, con un simple impulso la campana podría pasar bastante tiempo volteando sin volver a impulsarla. En realidad representa el punto en que la descompensación de peso entre la parte inferior y superior es mas o menos del 20-25 % del peso a favor de la parte inferior.
Esta descompensación es la que permite precisamente dejar parada boca arriba la campana sin mucho esfuerzo, y es la que otorga al volteo de las campanas de estilo toledanas 2 golpes más rápidos y alegres que las valencianas. El ritmo sería así más parecido a 2 golpes y dos silencios que a 2 golpes y silencio como es el caso de las campanas de estilo valencianas (Imagen 3).
El yugo de estilo toledano además permite una oscilación de la campana sin que esta llegue a dar la vuelta completa, generándose un ritmo binario alegre. En el caso de los yugos valencianos, esta oscilación se usa para dar los toques de muerto, ya que el elevado contrapeso de sus yugos hace que el ritmo de este toque sea muy lento y suene a “campanadas” de difunto.
Además del modelo de yugo toledano propuesto en el esquema, existe otro, menos frecuente y más arcaico, que sirve solo para oscilar las campanas sin que den la vuelta completa al presentar aún más descompensación en el contrapesado (Imagen 4).
Esta segunda tipología de yugo aparece sobre todo en las campanas situadas en espadañas en lugar de campanarios, y que se tocan oscilando en medio vuelo.
Todos estos motivos serían más que suficientes para argumentar a favor de conservar este tipo de yugo en las iglesias en las que ya estaba presente. A ello se suma la alteración estética que supone su sustitución, modificando notablemente la imagen del campanario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario